La serpiente Pitón, en la mitología griega,
era un monstruo de cien cabezas y cien bocas que vomitaban fuego; era el terror
de la campiña de Tesalia porque arrasaba a hombres y animales. Cuenta Ovidio
que Apolo, orgulloso por haberle dado muerte, osó desafiar a Cupido, hijo de
Venus y de Marte. Este, para castigar tal osadía, tomó dos flechas de su
aljaba. Una tenía la punta de oro e infundía amor; la otra era de plomo e
inspiraba desdén. Cupido dirigió la primera hacia Apolo, y disparó la segunda a
Dafne, hija del río Peneo y de la Tierra. Una violenta pasión por la hermosa
ninfa se apoderó entonces de Apolo. Sin embargo ella, herida por la flecha del
desprecio, huyó rápidamente tratando de esconderse. Apolo corrió en busca de
Dafne, pero ésta, al verse perdida, solicitó la ayuda de su padre. Tan pronto
como cesaron sus gritos de socorro, una corteza suave le encerró el pecho, sus
cabellos se transformaron en hojas verdes, los brazos en ramas, los pies se
fijaron en el suelo y la ninfa quedó transformada en laurel. Apolo, no
dispuesto aún a darse por vencido, abrazó el árbol y lo cubrió de ardientes
besos, pero incluso las ramas retrocedían asustadas de sus labios. “Si no
puedes ser mi amante”, juró el dios, “me serás consagrada eternamente. Tus
hojas serán siempre verdes y con ellas me coronaré”. Desde entonces, el laurel
es el símbolo de Apolo y con él se galardona a los vencedores, artistas y
poetas.
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